Madrid, Madrid, Madrid


San Isidro 2010Por segunda vez, entro en San Isidro. Bueno… lo que se dice entrar, entré muchas veces; pero “entrar”, como puede entenderse, sólo dos veces. Hay alguien que me dirá que “entrar” es cuando alguien lo espera. Éste no es el caso, pero lo podría ser, porque “quien tuvo, retuvo” y en este agnosticismo que abandero siempre, como en la vida misma, lo comparto con los recuerdos.

La primera, en un entierro: el del cardenal Tarancón, que algún día cuando me dedique a plasmar conversaciones, no os quepa la menor duda que la tendré con D. Vicente. Notas: tengo, pocas, porque fueron sólo en dos ocasiones, pero me impactaron, al igual que la de tantas personas que en esta vida pude conversar o simplemente oír, ya que siempre supe con quien hablar, discutir, preguntar o simplemente, oír. Creo que es una de mis fortalezas.

La segunda, el pasado 15 de mayo. Invitado por la capa española. Participe en la procesión de San Isidro patrón junto a Santa María de la Cabeza de esta Villa que llamo adoptiva: Madrid. Y allí estuve con mi recién estrenada capa, ya que mi antigua capa era de mi bisabuelo.

La entrada abarrotada de gentes de distintas culturas y países, chulapas y chulapos se veían, madrileñas y madrileños, también gatos y gatas se percibían y un sinfín de curiosos. Haciéndome paso entre tal masa de culturas pude acceder al templo, donde me encontré al conocido y polémico Roucco. Costumbre es besar el anillo y/o la cruz, pero esto de los años me hace saltar costumbres, que sustituyo por la de “buenas tardes”.

Paso seguido, mis compañeras y compañeros de la capa, veteranos de tal evento, con la satisfacción en el rostro de representar una cultura y abanderar unas tradiciones, con vítores de castizos, madrileños, caballeros, “viva la capa española” y un largo etcétera, y muchos de ellos cruzados y alguno improcedente para los tiempos democráticos en que vivimos. Transcurrimos algunas de sus calles. Por discreción, no voy a decir quien nos acompañaba con capa. Pero sí decir que, en muchos de los balcones ataviados con mantones de Manila, veíanse caras muy conocidas. También en la calle tuve la oportunidad de cruzar miradas que me hablaron de amores.

Pasamos por San Miquel. Cuantos recuerdos. Hablar no puedo, porque la imprudencia es una de las debilidades a tener alejada. El callejón de mis carboneras, cuantos recuerdos y horas compartidas hace ahora 25 años que allí celebre con un pequeño Tedeum mi fin de mis carreras comenzadas en Madrid – 80-85 del pasado siglo, para dar una cena en un japonés que era de los “más” en aquellos tiempos.

Llegamos a la catedral castrense, hoy, sables, reconocí su sonido sin verlos, jóvenes tenientes y capitanes esperaban, preparándose para hacer un arco, la entrada de algún compañero o compañera que eligió tales altares para celebrar su unión religiosa. Tengo que decir que, al recordar tales eventos, me traslade años atrás, muchos quizás, recordé los tiempos de mi abuelo, los bautizos y las bodas que me contaba mi padre que celebraron sus padres en aquella capilla castrense. Y aquellas ilusiones que me inculcaron, “tú tienes que ser general”. En fin, el pasado está para que lo interpreten, no sé de cuantas y cuantos lean estos pensamientos desde el mar coincidirán con tan arriesgada opinión, aunque saber sabemos que tanto el bastón de mando como otras distinciones no son necesarias tenerlas sino sentirlas.

Y entramos en mi plaza mayor, que de lejos vi: el mercado de San Miquel, últimamente, lugar de mis cenas y copeos. Crucé la plaza, pues vi a muchos cruzar, pero nunca la había cruzado. Recuerdo la entrega de cartas credenciales que se les permitía el paso por la plaza. Pero fíjense, yo, aún no la había cruzado.

Y entré de nuevo en San Isidro, antigua catedral de Madrid. Saludé a quien allí yacía, y me despedí de con quien me acompañó a cruzar las calles de Madrid.

Esta entrada fue publicada en Tiempo de amistad. Guarda el enlace permanente.

Los comentarios están cerrados.