Cien años no son nada, si estas imágenes no acompañan este pensamiento desde el mar.
Dos caras de una misma moneda de una misma realidad, tan solo vistas menos de 10 horas de diferencia, mis tumbas de cartón junto a la opulencia, el facto con que se celebró el centenario de la Gran Vía, en menos de veinticuatro horas. Esta arteria de Madrid dejó de ser el cementerio de los sin techo para convertirse en el Madrid lujoso, alfombrado.
Agotados de un día intenso nos dirigíamos hacia nuestro hotel, sito en Gran Vía, con ventanas hacia ella. Y vimos nuestras tumbas de cartón, manos pidiendo o vendiendo, o invitando a ver la venta de cuerpos humanos, un dantesco mundo para un siglo XXI, que presume de libertades individuales, sociales y económicas. Miseria, pauperismo… en sí, una realidad que vemos todos los días.
Descansados de esos días agotadores nos levantamos y vimos la Gran Vía con escenarios y alfombrada. Yo creía que iba a ser de rojo, tonto de mí, seguro que “el alcalde de Madrid”, aquél que alguna clase me impartió, hubiera elegido este color.
No crean que por nada, sino recordando aquel cuple “he de hacerte emperatriz de Lavapiés y alfombrarte de claveles la Gran Vía”. Sólo por eso, no crean nada más, clavel y rojo es casi sinónimo para un nieto de una malagueña.
Invadida de jóvenes y mayores, comiendo y bebiendo en la calles o en los restaurantes de ella, con sus casas adornadas con mantones. Esos sí, de rojo llenaron la calle y no sólo pasearon por su extensa moqueta, sino que se sentaron y, como si se tratase de estar en las vistillas, compartieron su pan, su vino y sus amistades. Hoy, los amores se comparten por Internet, por eso de que da menos compromisos y menos obligaciones, pero ello es tema de otro pensar.
Pues sí, estuvimos en el primer centenario de Gran Vía, seguro que hasta dos generaciones más no podrán celebrar el segundo, y si la ignorancia no entra en sus vidas, podrán decir que algún tío abuelo estuvo en el primero, al igual que en alguna carta que conservo dice “han abierto una calle donde quieren hacer rascacielos como en América”, esa carta era de mi abuelo y esta calle, sin lugar a dudas, fue la joven Gran Vía.
Feliz Centenario