“Caminante, son tus huellas el camino y nada más. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.”
Quizás lo que menos me guste es viajar, pero cuando viajo me encanta recordar lo vivido. Dicen que recordar es revivir otra vez las cosas, y esto de alguna forma puede ser peligroso si los recuerdos son u ocupan más que los proyectos. Pero, afortunadamente, este aún no es mi caso.
Así, de una forma inesperada, paré de nuevo en mi Cadaqués querido, en este caso en La Llansa, de donde pasamos todos los días al sur de Francia, a su costa, a su mar por la Junquera. Y recordéquizá lo que no viví, pero que otros me contaron. Por supuesto, unos de una forma y otros de otra, pero al fin y al cabo las dos partes son la cara y la cruz de la moneda de la historia, y deben ir inevitablemente unidas si la memoria, además de memoria, pretende ser histórica.
Me acorde de cuando éramos niños, con mis tíos abuelos y mis tías, los amigos de mis padres, unos a un lado, otros a otros, aquellos días de verano, los petit suis, los quesos, los crêps, el pà amb tomaca, el fuet, las ostras, los mejillones, el cava y el champagne, las risas, los estrechones de mano que se prolongaban en las despedidas, alguna lágrima al despedirse… Seguro que si hubieran navegado por sus pensamientos, ni unos ni otros entenderían el por qué de tanta injusticia. Eran los años sesenta y setenta, y estaban ya cansados los unos, los otros, pero allí seguía la costa Brava, l´Empordà, Borgoña, Equitania… Una región, una zona geográfica separada por una ideología, y una frontera.
Subimos el pequeño puerto que separaba los dos países y desde allí nos enseñaron un país y otro país. Hoy, casi treinta años después, regreso de nuevo y el mar como siempre silba recuerdos a los viajeros que otean horizontes, acercando su aroma de salitre y la presencia de muchos otros que estuvieron aquí. Y calladamente recordé.
Y RECORDE. MAS BIEN, REMEMORE
Cuánta desesperación, la maleta rota, más bien casi inexistente, pero al comparar con otras maletas, al compararla con otras suelas de zapato, puedo sentirme un afortunado. En estos momentos de dolor y crisis, la palabra fortuna no existe. Mi madre y yo salimos de España, de esa España que cantamos. De esa España en la que amamos, y dejo en lo más profundo de ella, en Castilla, a quien más quise, a Leonor.
Puedo y debo superar los avatares de la vida. Pero lo que no puedo superar es abandonar España. Me siento desde el risco más alto y veo mi costa Brava. Siento la bravía del pueblo español, acallado por fusiles y balas de caciques. Siento y veo diez mil personas al día que pasan conmigo por esta Junquera hacia una libertad, hacia un país que esperábamos nos recibiera, no como derrotados, sino como triunfadores, posibles vencedores en batallas cercanas.
Sé que me muero al estar fuera de España, sé y siento que mi madre se irá conmigo. Dolor me da morirme antes que ella, pero hoy que he vencido a la vida y a la muerte, veo, desde eso que se llama historia, que ella falleció dos días después que yo. La enterraron conmigo.
Hoy acompaño a cada visitante, a cada carta que me sigue llegando a mi tumba de Colliure para ser depositada en ese buzón que han puesto en mi losa. Ellos saben, ellas saben, que todas las he de leer, porque si algo amé, si algo podía iluminar sutilmente mi semblante serio era el relámpago invisible de la palabra. Ellos saben, ellas saben, que no necesito que cubran mi losa con souvenires, con recuerdos traídos, porque aquí sólo yace un cuerpo, convertido en cenizas. Porque aquí sólo nace o sólo queda el destino de los que tuvimos dejar España, de los seres humanos que habitamos un fugaz momento en el escenario de la historia y que nos defendimos de las armas con las armas que llevamos en vida siempre, con los fusiles que tanto y tantos temen, temieron y han de temer siempre: la poesía y la palabra. Recuerdo desde mi cátedra de Francés en Soria como con el tono o la fonética más correcta les hablaba o les enseñaba los principios de la libertad-la liberté-que un 26 de agosto fueron aprobados en esta Francia en la que hoy descanso. Me envolvieron con una bandera. Podrían haberme envuelto con otra, porque mi bandera no tiene hilos que la apresan. Fue -es- la libertad, las libertades, las libertades de expresión, de oportunidades, entre hombres y mujeres. Sepan que yo podría haber sido un igualitarista. En aquellos tiempos donde conversaba con mi hermano -más conservador, más señor- o con Federico o con Giner o con tantos otros con quien tuve el placer de conversar no fui capaz de darme cuenta. Me doy cuenta de cuán arraigadas tuve mis convicciones.
Habían transcurrido no más de un par de minutos y recuperé la conciencia de quién soy y a qué momento me debo. Concluí con que ya bastaba de historia. Creo sinceramente que debe de dejarse que los muertos entierren a sus muertos, como otros dicen. Desde este trozo de tierra quiero ser testigo de todos los que marcharon y quedaron en una tierra sin nombre.
Depositamos una pequeña rama de romero cogida de tierra española, sabiendo que el aire a los pocos minutos se la llevaría. Dimos la vuelta, y nos fuimos juntos quien nos queremos.