“Recetas” para una crisis

Y llegó el final del verano. Miro hacia el horizonte, la luz me impide ver la línea que separa el mar del cielo. Distingo de forma cercana a una señora de avanzada edad, a la que sus nietas le colocan una silla en la orilla para que el agua cubra sus pies y sienta el aroma del mar, la temperatura del agua y el tacto de la arena. Cubierta por ese sol de un Mediterráneo radiante y protegida por un moderno pareo y un sombrero de paja. Me hace recordar el comienzo del verano. No solo de éste, sino de casi sesenta veranos.  

Todos comenzaron y tuvieron un final. También unas vivencias distintas. Quizá lo que les hizo iguales fue el mar. Ese límite que siempre acompañé, de norte a sur y de este a oeste. Pero ahora un nuevo mar cargado de nieblas y de sol, repleto de brumas y de vientos, reclama mi atención.  Todos los veranos comenzaban con ilusión. Hoy, con miedo al calor. Ese que aturde los últimos años, que transforma nuestra forma de vivirlo, de compaginar el descanso con el trabajo, el ocio con la productividad.

Hoy hablamos de cambio climático, aunque hace muchos años que el ventilador sustituyó al rudimentario abanico. Ahora los “aires acondicionados” nos acompañan y además nos controlan. Nos dominan. Su huella se traduce también en facturas a las que muchos hogares no pueden hacer frente. Muchas personas que los necesitan no pueden utilizarlos. Hay quien quiere enfocar -o más bien utilizar afirmando con exceso o negando con defecto- ese cambio climático que diferencia el discurso de quien lo utiliza. Pero la razón verdadera, lo que quieren ocultar esos discursos, es la impotencia frente al gasto y la pobreza energética en la que nos estamos sumergiendo.

Tenemos que prepararnos para otros veranos. Para inviernos distintos. Donde las carencias energéticas serán una realidad, extendiéndose y rompiendo barreras de clase. Eso sí, de “clases medias”. Quizás porque no nos acordemos de que las clases más vulnerables llevan muchos años pasando frío y calor y, por supuesto, de forma muy diferente según dónde se viva o resida. Nos olvidamos de una precariedad extrema. De quienes no tiene ni ventanas ni techos. Donde la calle y sus tumbas de cartón son lo que les acompañará este otoño-invierno. Los que no tienen frigoríficos, calderas, radiadores… o si los tienen, funcionan mal o son de consumo elevado. 

Finalizo este verano viendo el hambre, la falta de higiene, el desempleo, el vivir y trabajar para pagar gastos esenciales que impiden comprar el material escolar para los más pequeños. Y, a todo esto, solo le doy una palabra: esclavismo. Un sistema que debemos impedir que se imponga.

Veo una vieja gaviota mirar el atardecer. Quieta. Serena. Escuchando “recetas” para hacer frente a esta crisis que ya no sé cuál es su origen. Bueno, sí que lo sé. El propio sistema cíclico de la economía. Y escucho atónito junto a la gaviota que para ahorrar hay que ir a los supermercados y fijarnos en los productos que están a punto de caducar. Entonces recuerdo cómo se asaltaban los contenedores de basuras para hacerse con los alimentos que tiraban los supermercados. Hoy los vendemos. Y nos dicen que es una de las soluciones para afrontar esta crisis económica.

La gaviota y yo escuchamos soeces discusiones sobre protestas desfasadas para hacer frente a esta situación socioeconómica. Una crisis que insisto –y repetiré- no es sólo económica, sino de valores y de una injusta distribución de las tributaciones. Todo ello es lo que me acompaña este final del verano.

Francisco López y Segarra

Sociólogo. Presidente de Patim

Esta entrada fue publicada en General. Guarda el enlace permanente.

Los comentarios están cerrados.