Una de “encanto gastronómico” en Rascafría.

21 de diciembre de 2014.
Un comienzo de invierno en un pueblo de la sierra madrileña, antes perteneciente a Segovia. Frío, olor a leña, cristalinas aguas heladas reflejadas por luces de mil colores. Rascafría, por excelencia, un hábitat de recuerdos de niño, en las aguas de su río hacia el monasterio y hospedería de joven lugar de diversión en aquellos fines de semana de nieve, esquí y juegos de amores, de adulto uno de mis primeros sitios de trabajo, de arte, de estudio de la inserción laboral. Y hoy, cuando regreso a Rascafría, queda su puente, su monasterio sus gentes que me hablan de historias y vidas de otras gentes que también pasaron por estas tierras.
Su gastronomía, como siempre un 10. Nacida de la mano de personas curtidas, comprometidas solitarias de lunes a viernes que saben poner todo su esfuerzo en estos fines de semana de invierno, primavera, verano y otoño. Porque Rascafría no es un pueblo de invierno, tiene su mayor encanto en todas las estaciones, se disfrazan de belleza cambiante en su camino al Paular.
En esta vez comenzaba un invierno se me almacenaron los recuerdos frente al presente que compartía y reflejaban en su agua cristalina, sonora y silenciosa.
Mesones, bares, caldos, cochifrito y un largo combinado de setas. Su célebre chocolate San Lázaro, al igual que su horno Ana, permanecen en las mismas esquinas que vi y jugueteé de niño, cuando me llevaban mis padres, en pleno invierno.
Pero de todos los bares y mesones nos quedamos en uno, “Caldea”, casi en las afueras. Pared con pared del campo santo, y de camino al paular se levanta una casona de ésas que echan humo y tiene sus cristales empañados y adornados con campanas y es espumillón de siempre.
Te adentras en ella, un lugar hermoso, cálido, acogedor, comparsado de música y aromas de caldos y buenos yantares que en la mesa en su justo memento marinado con buenos vinos, titos de tierras frías, saben dar al paladar el querer y el sentir de un buen comer, con trato amable de aquéllos que saben trabajar con fogones eres recibido y servido, aconsejado en su justa medida.
En todas las comidas paramos en “Caldea”, degustamos los vinos de Madrid, recomendamos todos: La variedad de setas, níscalos y boletus, asados y fritos con sal y gotas de un buen aceite. Las croquetas de boletus. Las alubias con perdiz y chorizo. El famoso cochifrito, medio asado y en su último momento frito, troceado en pequeños trozos, los chuletones de buey.
Y todo a un precio razonable y agasajado por su licor de cosecha propia y pasteles de alta repostería.
Una sierra, un pueblo, un mesón que no puede faltar en vuestro ocio o descanso.

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