75 años en el exilio, Don Antonio Machado.

Francisco Lopez y Segarra en Colliure 1988

Una tarde de julio del año 1875 en el palacio de las Dueñas, en Sevilla nace Antonio Machado, en esa Sevilla de su infancia y juventud que estará clavada en su alma y desde donde percibirá y sentirá a la Castilla y cuando marche a ese corto pero largo exilio, que llega hasta hoy. Escribirá en un papel, que doblara y guardara en su abrigo “estos días azules y este sol de la infancia” y que encontrarían días después de su muerte, ese 22 de febrero de 1939.
Sevilla, Baeza, Valencia, Madrid, Soria, Segovia y Paris al igual que otras ciudades fueron testigos de sus enseñanzas de francés, de sus paseos, de sus amores de su tremendo desgarrador dolor.
Nunca suspendió a nadie como diría mi “vieja y querida profesora” parodiando al poeta: “la vida será quien los apruebe o los suspende, tu si algún día tienes que juzgar, prepara bien, pero la vida los aprobara o los suspenderá”. Ella, mi vieja profesora coincidió con él, en el Ateneo de Madrid, al igual que yo coincidí con su memoria, en ese viejo y revolucionario Ateneo de los años 80-85. Con “el fantasma de académico que nunca ocupo, sillón, en la real academia de la lengua”
Perteneciente a la generación del 27 es un poeta modernista, donde sus palabras compaginan el querer decir de un pueblo, del sentir del vivir. Releer:

“Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.”

Te hace sobrevivir, resistir y luchar porque el mañana es nuestro de la ciudadanía, del caminante que vive para que otros caminen, por ese camino que nunca más volveremos a pisar.
Infinidad de poemas Soledades, Campos de Castilla, La tierra de Alvargonzále y Canciones del Alto Duero

La prosa en la obra de Juan de Mairena, su teatro Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel ,Juan de Mañara , Las adelfas y alguna más.

Y leer el poema de esperanza de resistencia, de lucha cargada de belleza

“Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas, de alguna mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
Otro milagro de la primavera.”

Sentir al repetir sus pasos, en esa ambulancia que partió desde Barcelona, con su madre Ana, hacia ese Colliure que lo vio morir, que acompaño sus últimos pasos hacia la playa, donde se sentaba en las rocas, para ver esa España de dolor y de alegría, escribir sus últimos poemas suyos o de otros poetas y pensar siempre pensar “en esas dos Españas” que le rompieron su vivir.

Tuve la suerte de que me permitieran respetar su memoria cuando era niño, de respetar y leer su poesía, de explicarme su inteligencia que estaba por encima de ideologías y de credos, aunque fueran progresistas e igualitarias, sabia decir en forma de poema lo que se debía hacer y sentir. Tuve la suerte de oír sus poemas en canciones que músico Serrat.
Tuve la suerte de mandarte de pequeño, una carta al cementerio y poder llevarte años después, esa rama de romero que cogiera en España y depositara en tu tumba y tuve la gran suerte de haber aprendido de su obra e incorporarla en mi vida.

Gracias a quienes permitieron que lo conociera.

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