DÍA DE LA MUJER TRABAJADORA, TE SIGO RECORDANDO

Dª Josefina López y Sanmartín, hoy desde la distancia y el recuerdo has vuelto. No como esa profesora de pelo blanco que señalaba una cabeza de sabiduría, conocimiento, reflexión y crítica. Nos enseñaste desde aquellas aulas de un CEU San Pablo que la crítica, incluso la propia, debía estar por encima, siempre acompañada con eso que exigías a quien te acompañaba: una sonrisa que cruzara la cara. Tú misma decías que la boca no es sólo para comer o hablar, sino que puede dar lo más bonito de ella, la sonrisa.

Recuerdo cuando nos contabas aquella Zaragoza de tu infancia o la Barceloneta de tu juventud. Cuando regresabas un día viste que en tu calle no había tierra. Que ya estaba bajo el asfalto. Y con esta metáfora querías demostrar que al igual que la tierra está protegida por el asfalto, los corazones nunca han de estar protegidos por el cuerpo. Que pueden salir por cualquier rincón, o deben salir, al igual que esos abedules de mil hojas o esas bioscas que tú conocerías en aquella tierra fría y dura que te acogió durante años. En esa tierra donde, si mal no recuerdo, dejaste una hija.

Después llegaste a Madrid. Una ciudad progresista, cultural, abierto pero también de grandes hambres, harapos y pobreza. Estalló una guerra, que hoy desde la distancia aún te puedo decir que mucha gente no la ha superado. Quizá porque aún la historia no ha hecho un juicio digno, y quien lo ha intentado ha sido ‘indignificado’. Quizá no fuera el momento, aún.

Yo recuerdo de tí, en tus clases de historia, cuando dábamos la vuelta al mundo, que siempre nos decías que la historia hay que juzgarla como mínimo con cien años de distancia. Que los hechos que hacen historia dejan heridas que tienen que sanar en todos. También recuerdo los razonamientos, esa forma de entender la historia con un claro matiz filosófico que, es posible, que te lo diera Fernando Claudín, con quien compartiste aquellos años donde se formó tu ideología y compromiso.

Con entusiasmo recuerdo cómo me contabas tus noches en el Prado. Cómo fuiste envolviendo esas obras de arte con tantos miles de jóvenes, algunos de los cuales decían “abajo a los sótanos” y unas horas más tarde, por la noche, “arriba, a los camiones, que salen de España”.

No te recuerdo como una mujer política. Puedo decir que en todos los años de estudiante y luego de amigo, cuando trabajabas en el Grao o en Madrid, nunca intentaste inducir ninguna ideología. Pero lo que no puedo olvidar es tu compromiso social, que siempre fue hacia “salvar a la mujer de la situación que ha vivido a lo largo de la historia”.

Un día coincidimos en un país lejano. En un congreso. Mientras hablábamos de las mujeres en la sociedad tú habías intercambiado un poncho argentino por una gran tela de una mujer nigeriana. Un gran mujer, por cierto. Bajamos al sótano del hotel, pediste una máquina de coser y mientras hablábamos –con tu risa jocosa- me planteabas, como si me estuvieras haciendo coaching, preguntas que yo no me atrevía a hacerme, mientras hilabas un traje que fue la envidia de todos, o quizá de todas. Me enseñaste a quitar el género en las personas. “La mujer está sumergida en un pozo hondo, hondo, hongo y en su lucha por subir todavía se hunde más. Ese pozo hay que abrirlo para que salgan miles”, decías.

Contigo pude conocer a las personas más variopintas. A quien le dijera que me presentaste a cardenales u obispos, a grandes luchadoras que igual que tú pasaron años fuera de este país, no se lo creería. En mi libreta de personas con las que he estado, grandes y pequeñas, muchas van unidas a tu nombre. Sobre una me insististe: “nunca te deshagas de ella, te aportará un conocimiento y una sensibilidad que a ti te hace falta, te planteará cosas que te harán pensar”. Y me la diste en heredad.

Y, aunque sea un poco indiscreto, también me proponías parejas para compartir mi vida.

Aquellos días en tu trabajo en Madrid, o a través de las cartas que nos dirigíamos cuando ya tu dama blanca “empezaba a ser dueña de tu cuerpo pero no de tu mente”, me aclaraste muchos posicionamientos. Me hiciste tomar conciencia –y de ahí surgió mi compromiso- con quien está excluido o lo excluyen. Me hiciste que cada día pudiera hacer una crítica de cuantas cosas he hecho.

Hoy, casi 25 años después de que nos dejaras, te acompañaré en la entrega del premio que lleva tu nombre. Ten por seguro que, al igual que tú, estará la entidad que tú viste nacer. Incluso aquella a la que dejaste su ‘primera cuna’, en ese Grao que tú me hiciste descubrir, aunque ya lo conocía desde que nací.

Solo quiero que “mi pluma deje constancia” –como tú bien decías- que fuiste ciudadana, mujer, política, historiadora, filósofa y costurera. Y para mí una ‘maestra’ en las letras y en la vida.

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