Currito en casa

Currito en casaLos señores de la guerra caminaban con su trajes plateados, sus guantes, sus yelmos, con la visera levantada… los más atrevidos se ponían penachos de colores; sus codales marcaban espacio, al igual que sus rodilleras pronunciaban sus piernas.

Los señores de la guerra, caminan altivos con sus más de treinta y cinco kilos de ropaje. Algunos se vestían a la moda italiana, otros a la alemana. Si bien Toledo siempre, escenario gentil de encuentros y andanzas, cincelaba estas armaduras echando mano del arte que aún hoy le caracteriza.

El estilo que dio furor fue el conocido por Maximiliano. Tan de moda estuvo que hasta 1530 en España lo prolongamos. En Núremberg se conservan los modelos originales.

No eran sastres, eran Armeros los que diseñaban esas armaduras que se las ponían los caballeros con la ayuda de sus escuderos.

No puedo menos que recordar a mis siempre amados Don Quijote y Sancho, los últimos exponentes de una fidelidad y de entender una vida y una sociedad que nos fue fácil olvidar.

Hoy, cinco siglos después, entra de nuevo en casa una armadura, que viajará conmigo por otras casas donde viva. Podría ser la armadura de cualquiera de los que vivieron antes que yo, le podría haber puesto cualquier nombre, García, Cebrián, Ginés , Salvador , Iñigo , pero preferí “Currito”.

Deciros que pesa cuarenta Kilos; que mide, sin el penacho, dos metros. Que provisionalmente me acompaña en el despacho. Que le faltan los calcetines y la maya que hará de falda, también un espadón, que en breve tendrá.

Ella, la armadura, sabe de ser vista, mirada, envidiada. Fue expuesta en grandes exposiciones. Ganó reconocimientos “por su belleza, resistencia y dureza”.

La pólvora la retiró. Hoy son piezas decorativas. Ella está delante de mí, no quiso ser llevada más, para que nos vieran como somos sin ella. No está oxidada ni tan siquiera “chirría”; ella puede ser necesaria para muchos hombres o mujeres que quieren o necesitan llevarla. Yo la quiero ver frente a mi o en la salida de casa, pues ella quedará y yo marcharé sin armadura.

Serán muchos quienes se rían cuando la presente en sociedad o lean estas líneas. Probablemente las risas burlonas provendrán de quienes caminan con armaduras y no dejan verse como son, por ello las llevarán oxidadas y no comprenden dejarla en casa.

La mía se queda en casa y no está oxidada. Mi escudero, mi conciencia, mi otro yo, como hoy quiera llamarlo, supo quitármela, necesito una grúa y tuvo que recobrarla, recomponerla y pedirle a la armera que la montara (como pudieron hacer muchos de sus antepasados) y así hoy poder enseñarla y recordarla como la recuerdan aquellos de quienes descendemos, “los caballeros de la guerra”, los que se defendían, y evitaban que vieran sus rostros e hirieran sus corazones. También los que luchaban, los que conquistaban o defendían a sus señores, hoy sus descendientes seguimos luchando y conquistando, pero ya no necesitamos armaduras.

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